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DE FARSAS ELECTORALES Y DIABLOS PARECIDOS

  • Por lujardo
DE FARSAS ELECTORALES
Y DIABLOS PARECIDOS

Por Ricardo Luján

 

A mediados de los años setenta, en el apogeo del priato, el gobierno y su partido aplanadora se dieron el lujo de que solo su candidato apareciera en las boletas para elegir presidente de la república.

 

Casi medio siglo después, bajo el régimen del obradorato y como antesala de la dictadura formal, la historia se repite con la llamada Elección del Poder Judicial, ejercicio impositivo con careta de democracia al gusto del gobierno, elección amañada, sin opositores y sin contrapesos a la vista, que busca desaparecer la autonomía al Poder Judicial y destruir la división de poderes.

 

Morena como partido del gobierno sigue los mismos pasos que el oficialista PRI que los chairos tanto dicen odiar.

 

En 1976 el dominio del PRI era absoluto, de ahí el bien ganado calificativo de “partido aplanadora” y la frase ¡Gánale al PRI! cuando alguien se enfrentaba a algún argumento aferrado o a alguien invencible por tramposo y por contar con la ayuda del árbitro. 

Ahora Morena surge avasallador gracias al reparto discrecional de dinero público, como en los buenos tiempos del tricolor fueron las despensas y otras “ayudas”, sobre todo en tiempos electorales.

 

La hegemonía del partido oficial era tan abrumadora que en aquella ocasión el candidato único para elección fue José López Portillo, designado por Luis Echeverría y postulado por el todopoderoso PRI y sus satélites Partido Popular Socialista y Partido Auténtico de la Revolución Mexicana.

 

El PAN atravesaba por problemas internos muy serios y sufría falta de liderazgo, situación por la cual no presentó candidato. Su principal aspirante, Pablo Emilio Madero, obtuvo 73 por ciento de la votación interna, pero como los estatutos señalaban que era obligatorio alcanzar  el 80 por ciento se quedaron sin candidato y dejaron libre el camino al priista. (Entre paréntesis, el PAN reaccionaría seis años más tarde cuando López Portillo nacionalizó la banca y afectó los intereses de los dueños del capital).

 

El Partido Comunista abanderó ese año de 1976 a Valentín Campa pero su nombre no apareció en las boletas pues el partido carecía de registro y decenas de miles de votos fueron declarados nulos. Igual sucedió con el llamado Partido Feminista que postuló a Mariana González del Boy.


 

Sin contendiente a la vista López Portillo arrasó en las elecciones presidenciales y, sin opositores, se jactaba al decir que hubiera ganado con un solo voto, ya fuera de él o el de su mamá.

Esa debilidad de la oposición dio lugar a un régimen recordado como uno de los sexenios más corruptos en la historia de México.

 

En aquellos ayeres el dedazo era, como lo sigue siendo hoy, la manera acostumbrada del presidente para nombrar sucesor, aunque antes el ritual se realizaba con el respaldo de los tres sectores del PRI, campesino, popular y obrero, este último representado por la Confederación de Trabajadores Mexicanos y su sempiterno dirigente Fidel Velázquez, quien permaneció 56 años al frente de la otrora poderosa central obrera y se convirtió en el fiel de la balanza oficial para designar candidato presidencial desde principios de la década de los cuarenta hasta su muerte en 1997, que casi coincidió con la muerte del viejo PRI en el año 2000, cuando Zedillo cedió ante la avalancha democrática y sepultó el fraude electoral dando paso a la alterancia primero con Fox y luego con Calderón.

 

El PRI resucitaría con Peña Nieto, luego de estos dos sexenios panistas, para después volverse a morir de corrupción y entregar el poder en charola de plata a López Obrador.

 

Ahora, en tiempos de la cuarta transformación el fraude regresó por sus fueros y el ritual del dedazo se volvió más cínico, aberrante y grotesco con la entrega del bastón de mando por parte de López Obrador a su pelele Claudia.

 

Tanto añoraba AMLO aquellos tiempos de poder hegemónico del PRI que hoy tiene su propio partido aplanadora, Morena, bajo encargo y control de su hijo Andy, el “orgullo de su nepotismo”, como lo fue José Ramón de su papi  López Portillo.

 

Bien dice el dicho que hay muchos diablos parecidos, y dos que se parecen mucho, hasta en el apellido, son López Portillo y López Obrador, quien se afilió al PRI de sus amores cuando aquel era presidente.

 

 Ambos presidentes populistas, uno fue el último del siglo pasado -precedido por neoliberales-, y el otro fue el primero de la presente centuria, que lastimosamente -al cambiar la Constitución-, fue precedido por la dictadura que él diseñó mediante la destrucción de las instituciones.

  

 

El primero prometió defender al peso como un perro (y lo devaluó de $22.69 a 70 pesos por dólar), y el segundo juró acabar con la pobreza y, en efecto, acabó con millones pobres, pero para convertirlos en miserables.

 

Con sus políticas económicas erradas, ambos dejaron al país en bancarrota y contrajeron una gigantesca deuda pública. 

 

López Portillo creó el Sistema Alimentario Mexicano (SAM) cuyo objetivo principal sería hacer de México una nación autosuficiente en alimentos, mientras que el otro López inventó su programa “Alimentación para el Bienestar", una  copia tan vil como demagógica.


 

Ambos basaron sus sueños de grandeza en el  petróleo, pero AMLO, además, fincó su popularidad en el reparto de dinero mediante bonos y la compra de votos y voluntades, recursos que fueron posibles gracias al financiamiento de los narcos, aunque el gobierno asegura que ese dinero proviene ¡del combate a la corrupción!

Los dos adoptaron una supuesta política de austeridad para solucionar los problemas económicos, aunque “el Jolopo” promovía la cooperación para enfrentar los problemas del país, mientras que “el Peje” se concretó en descalificar al sistema neoliberal y a los gobiernos anteriores sin resolver nada.


 

López “Porpillo” fue el primer mandatario en abordar públicamente el asunto del narcotráfico en México, en tanto que Andrés Manuel fue el primero en pactar abierta y directamente con ellos.

 

Ante la campaña de Ronald Reagan para desalentar el uso de drogas, principalmente cocaína que empezaba a causar estragos en la sociedad estadounidense, el gobierno mexicano no tuvo más alternativa que unirse a la lucha contra ese flagelo, al menos en apariencia, pues el presidente encargó su combate a la Dirección Federal de Seguridad -policía política encargada de investigar, encarcelar, secuestrar y desaparecer a opositores de izquierda-, al mando del  tristemente célebre Javier García Paniagua, papá de Omar García Harfuch, actual secretario de Seguridad en el gobierno de Claudia Sheinbaum.

 

Fue precisamente en la década de los ochenta cuando se originaron los primeros cárteles de la droga y su alianza para repartirse el control territorial del norte de México.

 

Otra similitud entres estos dos demonios de la política a la mexicana es el uso de la población menesterosa en sus discursos, su histrionismo exacerbado y la facilidad para soltar el llanto.

 

En su último informe de gobierno López Portillo lloró luego de anunciar la devaluación del peso y  la nacionalización de la banca. Su llanto era “por no haber podido sacar a los pobres de su postración”, por haberle fallado a los “desposeídos y marginados”.

 

Por su parte AMLO también derramó lágrimas de cocodrilo en una mañanera en que se emocionó al recordar “la dura infancia’ de sus hijos, precisamente cuando a José Ramón le descubrieron la casa gris, fastuosa mansión que habitaba en Texas.

 

Otra coincidencia, aunque muy personal: Fue precisamente en 1976 cuando acudí a votar por primera vez, y ante la falta de alternativas decidí poner mi nombre en la boleta. Mi papá, que fue escrutador en la casilla del barrio, me llamó la atención “por patarato”.

Hoy en esta ocasión ni escrutadores habrá y me temo que ni votantes. Y en realidad nadie contará los votos pues los ganadores ya están decididos al viejo estilo priista, por dedazo.

 

Hoy, a casi media centuria de desperdiciar mi primer voto, de nuevo decidí desperdiciar el último y no votar, pues me da flojera engordarle el caldo al régimen y ser comparsa de una fraudulenta farsa.

Y digo el último porque no creo que en México vuelva a haber elecciones libres, al menos en otro medio siglo.