
Por Ricardo Luján
Con la aprobación por los diputados de Morena de varias iniciativas cruciales para la vida nacional, en la última semana el gobierno de Claudia Sheinbaum dio un gran paso hacia la consolidación de la dictadura.
En sus ansias locas por corromper a las Fuerzas Armadas el gobierno de la 4T ha llegado demasiado lejos al permitirle a miembros del Ejército no solo controlar la seguridad pública sino también darles la oportunidad de participar como candidatos a puestos de elección popular.
Lo que durante los setentaitantos años de gobierno priista era impensable, en tiempos de Morena será una realidad: tenientes alcaldes, coroneles gobernadores y generales presidentes de la república (que ya no es república). Así que en un futuro cercano no nos extrañe ver a algún diputado o senador pavonearse en el Congreso muy empistolado.
Y por si esto fuera poco también hasta de policías la harán con la evidente militarización de la seguridad pública, que por disposición constitucional deberían estar al mando de autoridades civiles.
Más tardó López Obrador en prometer en su toma de posesión que los militares permanecerían en los cuarteles que en empezar a darles cargos y presupuestos de obras emblemáticas como el Tren Maya, el aeropuerto Felipe Ángeles y el control de las tareas de seguridad pública a nivel federal, lo que para Human Rights Watch constituye una grave amenaza a los derechos humanos y la transparencia.
Los temores son fundados y “se basan en denuncias de víctimas de innumerables atrocidades cometidas por soldados y marinos, con casi total impunidad”, señaló Tyler Mattiace, investigador para México de Human Rights Watch.
“Los militares, que han sido desplegados a tareas de seguridad pública, han cometido violaciones generalizadas de derechos humanos que incluyen ejecuciones, desapariciones forzadas y tortura, afirma el organismo derechohumanista
Las nuevas leyes facultan a los militares a seguir realizando una amplia variedad de tareas tradicionalmente desempeñadas por las autoridades civiles de seguridad pública. Estas incluyen detener e interrogar a civiles, resguardar la escena del crimen, recoger y preservar evidencias, detener a migrantes indocumentados y obtener órdenes judiciales para rastrear la actividad y la ubicación de teléfonos celulares.
En el historial de arbitrariedades cometidas por soldados y marinos figuran detenciones arbitrarias, en ocasiones sobre la base de pruebas inventadas, golpizas, simulacros de ahogamiento, descargas eléctricas y, a veces, han amenazado con violarlos, a menudo para extraer confesiones por la fuerza.
Otras denuncias son por ejecución de civiles no armados y desapariciones forzadas, tortura y siembra de armas y drogas con fines incriminatorios.
El plan inicial de López Obrador de empoderar al Ejército y enriquecer a la casta de generales se viene a consolidar con las recientes maniobras legislativas del partido en el poder.
En los próximos años, con las camadas de militares que arribarán al Congreso, el Ejército tomará un poder inusitado e ilimitado. Y habrán de surgir temores de dictaduras militares y cuartelazos, como antaño ocurría en casi todos los países latinoamericanos.
Ahora cada vez será más posiblen que en nuestro país se instaure un régimen militar como los tuvo Argentina con Videla, Chile con Pinochet y Paraguay con Stroessner.
También será común, dada la conformación del Congreso y las amplias cuotas de poder a los militares, pensar en eventuales cuartelazos, cuando por algún motivo el obradorato lo llegara a necesitar.
Porque quien sigue y seguirá mandando en el México populista es López Obrador, quien opaca totalmente la figura de Claudia a quien no se le ha visto plan de gobierno o alguna obra insignia, puro seguimiento de obras de su antecesor.
Hemos llegado a un punto en donde el panorama para la democracia es desalentador, con un gobierno sin contrapesos que se encargó de corromper al poder legislativo y someter por las malas al poder judicial a través de un fraude de estado para simular la elección de funcionarios judiciales.
Otras dos calamidades que acabarán de darle en la torre a la joven democracia mexicanas son la Ley de Telecomunicaciones y la Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública, que los periodistas han bautizado respectivamente como “ley mordaza” y “ley espía’, que representan una grave amenaza a la libertad de expresión, los derechos humanos, la privacidad de las personas y las libertades fundamentales en México, y representan un claro retroceso democrático.
Se trata, entonces, no solamente de una cuestión política sino de libertades, pues el gobierno federal usará ese poder para mantener vigilados a adversarios políticos por el solo hecho de pensar diferente.
No se trata solo de una política digital de bienestar, sino de un fisgón tipo “Big Brother”, pensada más para espiar que para proteger, para controlar más que dar seguridad. Será sin duda un riesgo y una amenaza a la privacidad de los ciudadanos.
La ley por aprobar obligaría a que cualquier particular o ente gubernamental en posesión de bases de datos sobre armas y de personas detenidas y sentenciadas (pero también referente a catastros, de la propiedad y de comercio, así como registros fiscales, de servicios financieros, de transporte y salud), colabore con la Sistema Nacional, nuevo ente coordinado por la SSPC y presidido por el titular del Ejecutivo.
La oposición considera que la “ley espía” permitirá al gobierno federal -con solo teclear el CURP de cualquier ciudadano mexicano-, tener acceso a su foto, huellas digitales, compras en Amazon, Mercado Libre, Uber, o de algún servicio similar, podrá conocer dónde anda un ciudadano, en qué hotel se hospeda, qué compra, qué vende, a qué hora sale de casa o del trabajo, con quién se reúne.
Así las cosas aunque Morena, el PT y el PVEM digan que la reforma es un paso para combatir al crimen organizado, la verdad es que tendrá un terrible impacto en la moribunda democracia, que cada vez se mira más lejana conforme se consolida el régimen dictatorial.