Mi Pódium

Yo Reportero

  • Por Editor R
Yo Reportero

Por Osbaldo Salvador Ang.- En 1981 Don Carlos Loret de Mola Mediz, con su acostumbrado e impecable traje, lentes de carey, zapatos brillantes y peinado rizado hacia atrás, me dijo, impertérrito: “usted va a ser reportero”.

Era, nada más ni nada menos, que el dueño y Director General del periódico El Norte de Chihuahua y había llegado, como cada viernes, a la ciudad de Chihuahua.

Estaba ubicada la empresa en ese entonces sobre la Avenida Juárez, esquina con Venustiano Carranza, en el corazón de la capital del estado.

Yo era estudiante de la Escuela de Filosofía y Letras (y Litros, le decía la gente), pero también laboraba en El Norte como encargado del télex y como corrector de cabezas de todas las planas de la impresión diaria. Tenía 19 años.

El télex era la caja del diablo porque sus teclas se movían solas todo el día y producían un fuerte ruido con cada letra que las activaba.

Era el medio por el cual, en aquellos años, las agencias informativas hacían sus envíos de material.

Tenían, a eso de las cinco de la tarde, una sección especial denominada Budget, en donde hacían saber a sus proveedores cuáles eran las cinco notas más importantes del día.

Cuando llegaba yo a la redacción, localizada sobre el primer piso del periódico, a las cinco de la tarde, el rollo de papel donde imprimían las notas del télex, ya había corrido sobre todo el piso como una alfombra blanca.

Recogía el papel y lo recortaba con una regla, nota por nota; el Budget debía ponerlo sobre el escritorio del Director Local, que en ese entonces era Alejandro Irigoyen.

En cuanto a la otra función que desempeñaba, la de corregir las cabezas de todas las planas de la edición, cada página debía llevar mi firma.

Hasta entonces, podían meterlas a la imprenta, pero, lamentablemente, cada día realizaba alrededor de 50 correcciones.

Así que, para atrás, porque las hojas de papel encerado no podían pasar al área donde las convertían en placas de aluminio si no las firmaba el pequeño tirano de las letras en que me había convertido.

Los formadores que elaboraban las páginas anhelaban salir a las once o doce de la noche pero cuando una página era regresada, se retrasaban hasta la una o dos de la mañana.

A los 18 años vivir del sueño de corregir palabras y estudiar letras, era algo mágico, impensable de ser posible, pero real. Leer,  escribir y subsistir de eso, no requería de nada más para estar bien.

Si acaso una caguama.

Así que aquella tarde, después de preguntarme qué estudiaba yo, y después de responderle que Letras Españolas, Don Carlos, como le decían, volvió a gritar: “¡Lo quiero a partir del lunes como reportero!”

Dígale al Director, repliqué.

Entonces, chaparrito pero bien plantado, el Exgobernador de Yucatán (padre de Rafael y abuelo de Loretito), se fue a la oficina de Irigoyen y le dijo: “quiero a este muchacho de reportero a partir del lunes”.

Con su voz gangosa, desparpajado como era, soberbio y altanero, el Director me dijo que fuera el lunes. Yo lo escuché desde afuera de la oficina y asentí la orden con la cabeza. Luego regresé a mis tareas habituales como corrector.

El lunes llegué al periódico antes de las nueve de la mañana; recuerdo que Andrés Vela fungía como Jefe de Información y entre la tropa de reporteros se hallaban, entre otros, Alejandro Irigoyen hijo, El Flaco Gardea, El Cabezón Valdéz (que hacía la guardia en las tardes), el gran Cleofas Ledezma, conocido por sus bigotes villistas y su poderoso sarcasmo y Rafita Navarro, mejor conocido en el mundo de las letras como Peritos, adorador de Jorge Ibarguengoitia (El me presumía Los Relámpagos de Agosto de ese escritor mexicano, gusto que compartía con el Maestro Luis Nava y yo le respondía con mis lecturas de toda la obra de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez). Jolly Bustos Topete era el fotógrafo de lujo, que ya entonces traía un arma de repetición automática que dejaba a todos con la boca abierta cuando la disparaba, con un flash que iluminaba todo el Salón Rojo de palacio de gobierno. Abelardo Hurtiz, con sus grandes lentes y su ojo cerrado, originario de Camargo, escribía una magnífica columna política diaria. Iba al periódico, se sentaba en una silla, se quedaba dormido y al día siguiente aparecía información sorprendente. ¿De dónde diablos sacaba eso? Todos presumíamos algo o sabíamos, pero el viejo era un gran periodista que escribió, columneó y reporteó hasta sus últimos días.

También colaboraba en Norte de Chihuahua el Señor Aldana (Marcos), del barrio del Parque Urueta, siempre trajeado, bien humorado, con una anforita de pisto en la bolsa interna del saco, que tenía una inmensa cultura y que se tomaba la vida como una eterna fiesta. Siempre que me veía me decía: hola, joven filósofo. Yo le decía que no era filósofo, que estudiaba la carrera de Letras Españolas, él respondía que estaba bien, pero al día siguiente me volvía a saludar con la misma frase: hola, joven filósofo. Otro gran personaje era el poeta Ramón Armendáriz, de Camargo, siempre con traje también pero creo era siempre el mismo, (no tenía ni para comer) que recitaba miles de poemas todos los días en la redacción, serio y adusto, que escribía poesía clásica que nadie entendía, pero que una vez le llevó a ser entrevistado por Jacobo Zabludowsky y que murió de un infarto a un día de haberse hecho famoso y tener la oportunidad de cosechar éxitos.

En fin.

Pero Irigoyen no me hizo en el mundo.

Ni siquiera me vio y se encerró en su oficina, como siempre, con su inseparable escudero Eduardo Osorio, un periodista toluqueño que se vino a vivir a Chihuahua.

Así que el lunes regresé a mi trabajo como corrector y encargado del télex. No sucedió nada hasta que el viernes, a eso de las cinco de la tarde, se escuchó el zapateo firme de Don Carlos Loret de Mola, que al verme junto al aparato del diablo, me gritó: “¿Qué hace usted aquí? ¡Le dije que lo quería de reportero!”.

-Vine, pero el Director no me hizo caso –le respondí, secamente.

Entonces se fue encabritado a la oficina de Alejandro Irigoyen y se encerró ahí. Afuera se escuchaban solamente los gritos de ambos y la discusión se hacía más álgida a cada instante.

Afuera se produjo un silencio fúnebre.

El Pajarito, corrector del periódico (le decían así porque le faltaba una pierna y cuando llegaba al periódico soltaba las muletas y si se movía a otro escritorio, brincaba con la única que tenía, como un pajarito. Algunos maloras le cambiaban de lugar la acostumbrada bolsa de papel en que echaba el pan dulce que se comía con café todos los días, para verlo brincar), Chayito Lucero, una de las primeras mujeres dedicadas al periodismo en Chihuahua y Perykless, Alejandro Pérez de los Santos, cartonista y Secretario de Redacción, y otros colaboradores más, tomaron asiento y como si fuera una función de cine, se concentraron en oir la palabrería.

Cada vez que Carlos Loret de Mola estaba en la redacción se convertía en toda una noticia. No era para menos. Había sido Gobernador de Yucatán y periodista toda su vida, fundador de varios impresos, acérrimo crítico del sistema a pesar de ser militante del PRI.

Es curioso pero su muerte, ocurrida el 07 de febrero de 1986, en Coyuca de Catalán, estado de Guerrero, exhibida como un accidente automovilístico, aparece ahora en Wikipedia como un asesinato.

Eso se dijo siempre.

El caso es que, al salir de la oficina de Irigoyen, repitió: “¡el lunes lo quiero reporteando!”

-Si señor –dije.

Así que volví el lunes pero, de nueva cuenta, Irigoyen ni caso me hizo. Regularmente asistía en estado irregular y alguna vez me tocó verlo guacareando en su oficina a las nueve de la mañana. La señora del aseo se negaba a limpiar.

-¡Tráigase el trapeador y limpie! -le gritó en aquella ocasión el Director.

-No voy a limpiar; a mí no me contrataron para limpiar sus cochinadas –respondió la mujer.

Y no lo hizo.

El siguiente lunes regresé y como pude me le metí a la oficina a Irigoyen. Al verme adentro, no supo bien qué hacer y me dijo, palabras más, palabras menos: “Vaya a hacer un reportaje de los prostíbulos del centro: a ver quiénes son los dueños, quién los regentea, cómo le hacen para estar abiertos, quiénes son las mujeres que trabajan, cuánto cobran, por qué no les hace nada Gobernación”. Y quién sabe cuántas cosas más me pidió.

Yo pensé que era una charra o una locura de Irigoyen y me fui convencido de que en realidad no me quería en la redacción como reportero.

Así que ya no hice el intento y me quedé como corrector y encargado del télex. Don Carlos Loret de Mola no iba siempre los viernes al periódico. Así que al lunes siguente, cansado de Alejandro Irigoyen, fui a su oficina, medio etilicón, la verdad, para andar iguales, como a las seis de la tarde. Nadie había recogido la alfombra de papel del télex y los empleados debían brincarlo para moverse en la redacción.

En eso gritó: ¡El Budget! ¡No me ha traído el Budget!

Entonces entré a la oficina, (estaba abierta la puerta) le dije que no habría Budget ese día; se armó la discusión y empezaron los gritos que incluían rayadas de madre y ataques de ambas partes.

La verdad de las cosas, no tengo claro si renuncié o me despidió, pero eso poco importa porque mi trabajo en el Norte, pensé, se había terminado.

Así que salí de la oficina del Director, entre los rostros silenciosos de los que se hallaban en ese momento en la Redacción.

Bajaba las escaleras, cuando a mis espaldas, alguien dijo: ¿A dónde va?

Era Perykless, Alejandro Pérez de los Santos, con quien había hecho cierta amistad.

-Pues ya me voy –respondí.

-¿Por qué? –preguntó Perikless.

-Porque ya no tengo trabajo aquí –contesté.

Volteé a ver a Perikless, yo abajo en el descanso de la escalera del primer piso y él arriba en la entrada de la Redacción.

-No se vaya –me dijo- el que se va es él. Véngase el lunes a reportear.

Y así fue.

Perykless fue nombrado Director en sustitución de Alejandro Irigoyen. Sus constantes pleitos con Don Carlos Loret de Mola hicieron finalmente que saliera de El Norte de Chihuahua. Alejandro Pérez de los Santos entró como Director y el lunes siguiente yo empecé como Reportero.

Así fue la historia.

Y lo digo desde aquí, porque éste es mi Pódium