Mi Pódium

El Pilongonsón

  • Por José Oswaldo
El Pilongonsón

Por Osbaldo Salvador Ang.- El asesinato de El Pilongonsón, Adrián Rodríguez Samaniego, marca sin duda el nuevo amanecer de la administración que hoy encabeza Javier Corral Jurado, subrayada por aquella frase suya, pronunciada en la toma de protesta, que el gremio periodístico ejercería una libertad de prensa nunca antes vista.

El tema, más allá del móvil, de la conducta personal del periodista, trasciende porque, otra vez, de nueva cuenta, el significado apunta a la inexistencia de condiciones favorables para el ejercicio del periodismo en la entidad.

Eso es escalofriante.

Yo no hablo de garantías, porque siempre me ha parecido, totalmente fuera de la realidad, que un gobernante pueda ofrecerlas y hacerlas posible. Cierto es que se lee y se escucha muy bonito eso de garantizar el ejercicio de una libertad. Crear protocolos, suena muy discursivo, muy político, muy reaccionario, positivamente hablando, pero absolutamente imposible.

Por eso hablo de condiciones.

Un estado de derecho rígido, inflexible, duro, si se quiere, acompañado de una persecución jurídica y el ejercicio de una acción penal implacable. Un contexto político, en el cual la estructura delincuencial sepa que es arrojado matar a un periodista en este estado. Un gobierno de mano dura que envíe el mensaje de que quien la hace la paga y acciones ejemplares que los demás observen para ser cautelosos en la comisión de delitos.

El crimen de Adrián, El Pilongonsón, fue cometido por profesionales.

Me hizo recordar, con algunas diferencias, el de Armando, El Choco, Rodríguez -coincidencia en el apellido, por supuesto- pues en ambos casos fue un hombre solitario, con una pistola, el que ejecutó a los periodistas (no digo que sea el mismo, obviamente, solo son similitudes en el modus operandis) cuando Armando y Adrián, en sus respectivos momentos, se hallaban adentro de su vehículo, afuera de su casa, a punto de dirigirse al trabajo.

Conocí a Adrián allá por 2004, aquí en Chihuahua.

Nos tocó colaborar en dos periódicos digitales, el último en La Opción de Chihuahua, en el año 2007, creo. Era un reportero muy entusiasta, inteligente, perceptivo, que captaba el quid de la noticia rápido. Se caracterizaba por ser animoso y por vestir siempre, aún en el frío de Chihuahua, con camisetas ligeras, de manga corta. Sus amigos más cercanos le decían El Cadáver, porque temblaba, El Muerto, o El Pilongonsón; su correo en hotmail, si mal no recuerdo, adoptaba, precisamente, este último apodo.

Como escribió el periodista Enrique Rodríguez, tuvo vicios y virtudes, como cualquier ser humano. Sin embargo, resulta inadmisible atribuirles a estos, cualquiera que hayan sido, el poder de la justificación, para que le hayan dado cinco o seis u ocho tiros en la cabeza.

El tema es qué ocurrió en la estructura social para que esto regrese.

En el sexenio anterior, en 2012, murieron dos periodistas, Javier Salinas y El Doctor Moya, en una masacre ocurrida adentro de un bar en la colonia Granjas. Tambié fue asesinado un fotógrafo llamado Neto. 

A nosotros nos tocó esbozar las primeras críticas a la administración de César Duarte. No soy su apologista ni me meteré a los temas de corrupción en este escrito, porque ésa es harina de otro costal. Empero, si se puede decir, que en La Opción de Chihuahua criticamos, antes que a nadie, al ex gobernador.

Y hablo de crítica aguda. No hubo represalias. Sí hubo presión, hielo y ruptura de convenios.

Era aquel momento -2013- en que ni el actual gobernador, Javier Corral, ni Jaime García Chávez se atrevían a tocarlo. Corral se refugió en el senado de la república y en la ciudad de México. García Chávez se escondió, agazapado, a la espera de una oportunidad, después de fracasadas negociaciones con el profesor Mario Tarango, ex titular de Políticas Públicas, a quien le pedía 120 mil pesos mensuales (que ya tenía ganados en la administración anterior) y que le negaron en la era duartista. De ahí nacería el odio hacia el ex gobernador, quien un día, también hay que decirlo, fuera su amigo como compañero de curul en el congreso del estado.

Tengo tres botones de muestra para señalar nuestra crítica.

Publicamos un editorial llamado Duartelandia, luego un video en donde la gente de Chihuahua le rechiflaba en el famoso grito de independencia y, después, las botellas Petrus que acompañaba Duarte de suculentas comidas con sus amigos. Los tres casos sacudieron las redes sociales y estrujaron la conciencia de miles de chihuahuenses. No estaban ahí, para defender ni apoyar, ni uno ni otro.

Ni tampoco los medios y los periodistas que hoy dicen enarbolar las banderas de la democracia y que, en su mayoría, se sumaron cuando ya estaba hecho el caldo y solo faltaba subirle poquito al fuego para que hirviera. Hoy, gozosos, disfrutan de cargos en distintas áreas, como la de comunicación social, y otras dependencias, además de mantener portales informativos y otros medios, cuando se les llenaba la boca para criticar a los antecesores en el gobierno, por hacer lo que antes reclamaban y que ahora, sin remordimientos, llevan a cabo.

Tampoco se trata de culpar al gobierno de Corral, claro. Tuvo la misma responsabilidad Duarte en el asesinato de Marisela Escobedo, que Javier Corral en el de El Pilongonsón, Adrián Rodríguez. Ambos gobiernos fueron marcados en su inicio por el crimen, pero sería absurdo, en serio, responsabilizarles de ello. Por eso yo no hablo de garantías, porque es imposible que un gobierno las obsequie a cada uno de los periodistas que ejercen su profesión. Más bien se trata de condiciones, políticas, jurídicas, sociales, policiacas, libertarias, que construyen un contexto para el desempeño de este tipo de peligroso quehacer.

Alguien me preguntó si el crimen de Adrián era también un mensaje y respondí que sí. El mensaje es una involución, un regreso a otras condiciones en las cuales el periodismo se convierte en una peligrosa profesión, desprotegida y muy vulnerable en nuestro estado. Fue ése el sentir de la mayoría de los reporteros que acudimos a la fiscalía zona centro, en canal y 25, al mensaje de Ricardo Bone, director de GRD y la posterior rueda de prensa con el fiscal Carlos Mario Jiménez.

Carlos Mario dijo que la principal línea de investigación era el ejercicio periodístico y que sería desahogada de manera exhaustiva. Es obvio que quien mató a Adrián sabía que era periodista y que, además, estudió su rutina. Los compañeros de los medios criticaron amargamente no haber sido recibidos por el Fiscal General, César Augusto Peniche, de quien dijeron, le tendió un tapete rojo a Jaime García Chávez el día en que éste presentó su denuncia contra Duarte, pero no le mereció recibir a los periodistas hoy que ejecutaron a un estimado compañero del gremio.

Tampoco salió el gobernador. Un escueto comunicado cubrió las formas.

Reitero que, el tema, apunta a las condiciones. Ojalá y el gobierno del estado trabaje en recuperarlas, para que de nueva cuenta, los periodistas dejemos en el pasado, que no en el olvido, los cruentos años de la lucha contra la violencia y podamos ejercer nuestra profesión, sin pensar que una nota pueda costar una vida.

Y lo digo desde aquí, porque éste es mi pódium.