Crónicas desde la franja de Gaza

DÍA CERO

  • Por DÍA CERO
A punto de salir

A punto de salir

En Houston

En Houston

El pianista

El pianista

Un bar muy alto

Un bar muy alto

El Boeing 777

El Boeing 777

Asientos cama

Asientos cama

Aeropuerto alemán

Aeropuerto alemán

El tren S8 y S9

El tren S8 y S9

A la orden dijo

A la orden dijo

Frankfurt de noche

Frankfurt de noche

La avenida

La avenida

El centro

El centro

Un templo

Un templo

Por Osbaldo Salvador Ang.- En realidad no fue un solo día sino varias las jornadas eslabonadas y sucesivas trabajadas para emprender el viaje a Jordania. 

Dos días previos en la ciudad de El Paso sirvieron para ajustar los vuelos, sus escalas y los tiempos de la mejor manera posible.

José Hidalgo, de la Agencia Travel Sun, instalada en 5860 de la calle North Mesa, se puso las pilas y encontró las mejores opciones después de horas y horas de navegar en la red y hablar por teléfono a las aerolíneas.

La mejor opción fue volar de El Paso a Houston y de ahí a Frankfurt, en Alemania, para enseguida arribar a Amman, la capital del reino kachemita de Jordania.

Así empezó la aventura: un viaje de trabajo al Medio Oriente para reportear en calidad de Corresponsal de La Opción de Chihuahua.

Pero antes, por recomendación de mi amigo Federico Guevara, adquirí un seguro de viajero por 2 mil 300 pesos en la compañía GO Asisstance.

Si me petateara durante el viaje o la estancia, se pagarían 50 mil dólares. En caso de accidente o enfermedad, cubriría asistencia médica y hospitalizaciones.

Junto al periodista me ayudaron mucho Gabriela, Miriam, Nabil y Nur, por medio de asesorías, gestiones, llamadas y búsquedas de información. 

El jueves 07 de este mes de noviembre, un día nublado y lluvioso en El Paso, me dirigí al Aeropuerto de la vecina ciudad para abordar el vuelo UA6038 operado por Mesa Airlines.

Pero, como ya se sabe, antes de subir el avión, tuve que pasar por la rigurosa aduana norteamericana, en donde hacen quitarse los zapatos, el cinto, sacar la cartera y pasar por la banda móvil electrónica el equipaje.

Todo se mueve muy rápido. La gente anda apurada, deseosa de llegar a la aeronave y la turba de agentes urge a las revisiones.

El agente de Migración que revisó mi maleta sacó una pasta de dientes Colgate y me dijo que no podía pasar porque era muy grande.

Está bien -dije- no pasa nada.

Corrí de la Puerta B8 al área de abordar, pero al colocar mi cara en el scánner electrónico, éste se puso en color rojo y la mujer del mostrador me dijo entonces que me habían cambiado de asiento, del 6F al 8C.

Pregunté, en mi pésimo inglés, si así se le puede llamar, porque ni a spanglish llega, la razón del bajón de lugar, y ella respondió parcamente que le habían dado el lugar a una niña migrante.

No me pareció mal la contestación, aunque como suele suceder en estos casos, uno se pregunta por qué tener el boleto afortunado (por qué a mí) y por supuesto me asomé al sitio para ver si era cierto; y, efectivamente, en el sillón estaba una adolescente de 13 o 14 años que parecía ser migrante centroamericana.

El avión era un Jet pequeño de dos hileras de cada lado donde resulta imposible caminar y debe uno agacharse para llegar al asiento. Era de ésos que al despegar lo hacen tan rápido que casi suben en forma vertical al cielo, cruzan las nubes y emprenden el viaje a su destino.

En menos de dos horas, (1:57 para ser exactos)arribamos al Aeropuerto Internacional de Houston, entre paréntesis, que parece una ciudad dentro de otra por su gran tamaño.

La escala para volar de Houston a Frankfurt fue de casi seis horas. Pero como también el tiempo vuela, apenas alcancé a hacer todo sin prisa.

Había que tomar el tren interno para llegar a la Terminal correspondiente y caminar un larguísimo trecho entre aerolíneas, puertas, restaurantes y tiendas para llegar a la Puerta B4 de United.

Alcanzó el tiempo para escuchar a un pianista adentro del aeropuerto que tocaba Bésame Mucho de la mexicana Consuelo Velázquez, aunque no sabía cómo se llamaba la canción y menos quién la había compuesto.

Luego una comida rápida en uno de los restaurantes y esperar el llamado para abordar un Boeing 777-200ER que partió a las 6:50 de Houston y arribó al viernes a Frankfurt a las 09:50 después de casi diez horas de vuelo.

El buen José Hidalgo, el agente de Travel Sun de El Paso, logró mediante la inversión de unos cuantos dólares más, cambiarme a la Sala Businnes del enorme avión.

Ahí cada pasajero tenía una especie de cubículo individual con un asiento que se convertía en cama, frazadas para el friíto de la noche, dos almohadas y un espacio para estirar las piernas al máximo. Por supuesto, había un monitor con todo tipo de películas. 

Y no se diga el servicio de alimentos y comidas. Se puede seleccionar el platillo y las bebidas desde el momento en que se aparta el vuelo.

Por ejemplo, mi vecino del cubículo derecho se tomó dos copas de vino, de esas enormes, y al rato estaba roncando quién sabe a cuántos decibeles; pero lo peor es que roncaba por todos lados.

Eso duró un rato.

Sin embargo, el vuelo estuvo de lujo. No se sintió nada en todo el trayecto; volamos toda la noche y, después de ese largo trayecto, amanecimos en Alemania, en la ciudad de Frankfurt.

Al bajar del aircraft, un azafato me preguntó que si me había parecido un buen vuelo. “¿Good flight?”, interrogó. Y yo le respondí, otra vez pésimamente, que “gud fláis” y entonces hizo un gesto de extrañeza y como pensé que podía interpretarse de otra manera, al estilo mexicano, mejor me callé y me retiré. 

El avión a Amman, la capital de Jordania, saldría a las 4:40 del viernes, pero la suerte nos tenía deparado otro destino.

Después de una larga espera, una empleada uniformada de Lufthansa tomó el micrófono y dijo en inglés que no saldría el vuelo ese día.

Nos mandó a una Puerta de la aerolínea para cambiar el pase de abordar y entregar vouchers de hotel y comida. Era un Sheraton, así que no sonaba mal, pero no era el que está adentro del aeropuerto, sino otro de la misma cadena cerca del centro de la ciudad de Frankfurt.

La nueva salida fue programada para las 08:30 del sábado.

Pensé en quedarme a dormir en el aeropuerto para eliminar riesgos pero era demasiado tiempo y había que bañarse, descansar un rato y comer.

Una mujer de cara dura se enojó cuando le dije que mi vuelo se había cancelado y que pedía el nuevo pase de abordar.

“Its not cancelled”, gritó, como si fuera ofensivo decir eso para en la cultura de su país.

A otro empleado alemán de barba le pregunté en mi pésimo inglés la causa por la cual habían cambiado el vuelo para el día siguiente y me dijo que la aerolínea había decidido no volar de noche a Jordania por razones de seguridad.

“Polítical situation in Israel", expresó y señaló que era mejor así.

Así que tomé el tren, en la terminal del Aeropuerto, la línea S8 que me dejó en la estación Markplatz para llegar al Sheraton, en donde alojaron a todos los pasajeros desplazados.

El trayecto duró más de media hora. Hizo como veinte paradas, cada dos minutos -mínimo uno y máximo cuatro- pero iba como una bala y llegaba y salía exacto como un reloj, tal y como el tiempo estaba señalado en las pantallas de lo vagones.

Ese tren parecía un bólido de la fórmula uno conducido por el Checo Pérez. 

Me instalaron en una buena habitación, regular pero bien, de la cual salí para cenar después del baño. 

Había un bufete muy augusto, compuesto por un spaguetti muy delgado y trozos de carne en salsa agridulce. De beber solo había agua de piña y agua natural, nada de refrescos. Un postre de ciruelas en mermelada líquida y pudín de chocolate completaban los alimentos.

Salí a caminar por la avenida Principal. La ciudad de Frankfurt está muy ordenada. Los edificios muy coloridos y las calles completamente limpias. La gente muy educada, parca pero asertiva. Hacía frío a las siete de la noche. 

De regreso platiqué brevemente con el empleado del mostrador. Era de Kazajistán pero residente de Frankfurt desde la infancia. Amablemente me dijo, por petición mía, que llamaría a la 1:45 de la madrugada.

Decidí regresar al aeropuerto en la madrugada porque estaba lejos y por si se producía alguna contingencia. Y efectivamente, así ocurrió. 

En el hotel me topé a un chilango y le dije que nos acopláramos para ir al aeropuerto pero como que tuvo miedo y no se comunicó. 

A las dos y media de la mañana salí del hotel y bajé a la estación del metro. Sabía que debía tomar el tren S8 o el S9, y bajarme en la estación Flughafen Regionalbanhof, la cual se hallaba inmediatamente después de la de Gateway Gardens.

Le pregunté a un trabajador del tren, vestido con un chaleco amarillo, si todos los trenes que pasaban por la estación eran S8 y S9 y me dijo que si.

Entonces se paró un tren y me trepé inmediatamente pero no me fijé que decía en el frente S2. Así que no se paró en la terminal del aeropuerto y se fue hasta el otro extremo de la ciudad, en un barrio desértico, lleno de grafitti y desolado.

Se detuvo, ya sin pasajeros y le pregunté a otro empleado por la terminal del aeropuerto, la Flughafen, y me respondió que tenía que regresar. Pero antes, había que esperar veinte minutos para que el tren empezara de nueva cuenta el recorrido.

Perdí una hora. Esperé otros veinte minutos. En eso se subió un griego que vivía en Frankfurt. Le saqué plática y comenté el imprevisto. Me dijo que no me preocupara, que él me ayudaría a llegar porque era casi su mismo destino.

Así fue. Le dije que muchas gracias, que estaba como Paco Malgesto, muy agradecido, y me dijo que de nada. Se tocó el corazón con el puño dos veces y yo correspondí igual en forma de agradecimiento.

Choqué los puños de despedida. 

Retomé el Tren S8 y en dos paradas llegué a la Terminal Flughafen. Subí las escaleras y ya estaba dentro del aeropuerto. 

Las revisiones de los alemanes fueron duras. Me obligaron a abrir la maleta y revisaron cada espacio. Entregué cartera, documentos migratorios -Pasaporte mexicano y Visa Lázer- así como pases de abordar. Me tumbaron un frasquito de vinagre que traía para acompañar las comidas pero no dije nada. Solo asentí con la cabeza.

Pasé ese filtro pero luego había otro donde visaban el pasaporte. Un hombre joven pero con cara de poco amigos gritaba Nooooooo a todo el que se movía antes que diera la orden de hacerlo. Estampaba el sello del pasaporte con todas sus ganas y llamaba al siguiente en la fila. 

“Passport” me gritó enfurecido y le entregué el documento de inmediato. Parecía un alemán de la época de Hitler y hacía su trabajo con muchas ganas y amor a su patria. Salvé el momento, pero luego miré que el sello que me puso había saltado varias hojas del documento.

Caminé y caminé hasta llegar a la Puerta Z30. Para esto, por mensaje de texto y por la aplicación, la aerolínea había dado cuenta de dos cambios de Puerta para el vuelo a Amman. 

Para mi sorpresa, a las 05:30, no había nadie. Ni empleados de Lufthansa ni pasajeros. En la Puerta contigua, había un hombre dormido sobre las sillas de la sala de espera. 

Fui a la pantalla enseguida para ver si aparecía el vuelo a Jordania pero no estaba. Buenos días, le dije a un pasajero y fue grande mi sorpresa al contestarme en español. Se trataba de un tamaulipeco (soy de Mataulipas, me dijo) que iba a Amman a un curso y luego partiría a Amad, otra ciudad ubicada en Arabia Saudita. Dijo que como el alcohol estaba prohibido en Arabia, desayunaría algo con cerveza. Así que a las seis de la mañana se comió una torta de huevo frío y se embuchacó tres cervezas.

“Si se cae el pinche avión, no vas a sentir nada”, dio riéndose.

Mientras se echaba sus birrias, avisaron de Lufthansa que cambiaban la salida a la Puerta Z26. Todos los pasajeros a correr a esa puerta pero al llegar una mujer pidió disculpas y manifestó que una vez más habían cambiado y que se abordaría el avión por la misma Puerta, o sea, la Z30. 

Hubo gritos, reclamos y manifestaciones de inconformidad pero no había nada qué hacer y vuelta atrás. El cielo estaba completamente capoteado y una ligera lluvia caía sobre Frankfurt. 

A las 08:15 llamaron. para abordar. No estaba a tiempo pero la espera dada resultados al fin. 
Al avanzar miré al chilango sentado muy triste. Qué bueno que no te viniste conmigo -le dije- porque me perdí.

-¡Yo también! -exclamó. 
Al mataulipeco no volví a verlo.

Al escanear el pase de abordar, otra vez me madrearon con cambio de asiento. Me tumbaron del 7C al 8A pegado a la ventana. Con este paso quedé fuera de la zona premier, aunque todavía adelante del avión.

Cuando le pregunté la razón a la azafata (¿Juai de rito? Sonó) simplemente encogió los hombros y sonrió. Estaba demasiado cerrado el espacio; no se podían ni estirar las piernas, pero fue un vuelo excelente de cuatro horas y fracción. 

Al llegar al aeropuerto de Amman, las cosas cambiaron radicalmente. Para empezar, se escuchaba en las bocinas del lugar música árabe, de tipo religioso, con cánticos místicos; de inmediato se sintió un cambio brusco de escenario. 

Todos los pasajeros entraron en un profundo silencio. Se acabaron las risas y las algarabias norteamericanas y caminaron sin hablar. Al mismo entrar al aeropuerto, pudimos ver una cultura distinta al resto del planeta. Era el mundo árabe en todo su esplendor y realidad.