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Llega la moda hipster...

Ciudad de México.- Antes de ser experto en anteojos de colección, Jesús Castañeda vivió en San Francisco. Conoció la cultura hipster en la ciudad del Golden Gate...
  • Por José Oswaldo
Llega la moda hipster...

Ciudad de México.- Antes de ser experto en anteojos de colección, Jesús Castañeda vivió en San Francisco. Conoció la cultura hipster en la ciudad del Golden Gate y leyó sobre esa tribu urbana en distritos como Manhattan, Brooklyn y ciudades como Washington DC. Allá los hipsters, dice Castañeda, visten como hipsters, ven cine hipster, piensan como hipsters y se alimentan de comida hipster. En México lo hipster se reduce a un disfraz, pero ha traído consigo algo notable: el renacimiento de la cultura popular.

Desde que en los años 40 Jack Keruac la llamó una generación de locos beatíficos, desiguales y hermosos en una manera fea y grácil que compartía con la generación beat la convicción por lo bajo y marginal, la cultura hipster ha mutado, dado mil vueltas y ha terminado adaptándose y asimilando hábitos, tendencias y hasta viejos prejuicios de las sociedades.

Saltándose cánones y la filosofía más arraigada en otros países, en México el movimiento hipster —más moda que movimiento en realidad— ha sacado del clóset del olvido cosas que antes eran motivo de vergüenza, señal de mal gusto o de vínculo a una clase social a la que por ningún motivo se quería pertenecer: la lucha libre, la música bailada en el barril (así llaman al barrio con cariño los vecinos de Tepito y la Buenos Aires), los juguetes kitsch, las camisas con estampados estrambóticos y las playeras con la imagen de Tin Tan y Don Ramón.

En plena era i (iPhone, iMac, iPad), en México están de vuelta (en versión hipsterizada) ancianos venerables de la cultura popular mexicana: la cumbia de Los Ángeles Azules, las viejas y feas regaderas metálicas de la abuela (pintadas en color pastel) y los siempre desdeñados tenis Panam también han resucitado.

Es la hispsterización de la cultura popular.

Los Ángeles Azules para hipsters

“Los temas de Los Ángeles Azules siempre han sido románticos, sólo que ahora hicimos algo más novedoso: una cumbia más fresa”, dice el doctor Elías Mejía, fundador del grupo que durante casi tres décadas ha hecho música bajo el lema: de Iztapalapa para el mundo.

Sus canciones han penetrado con fuerza en Estados Unidos, siempre bien recibidas por la comunidad migrante, pero en la Ciudad de México en realidad nunca habían llegado más allá del barrio que se extiende a las orillas del Cerro de la Estrella y otros vecindarios marginales, bravos y peligrosos.

Nunca hasta ahora, cuando la cumbia de Los Ángeles Azules se escucha en los restaurantes y antros fresas —y hipsters— de las colonias Roma y Condesa.

Mejía, fundador del grupo formado por siete hermanos, recuerda que la mutación de la cumbia clásica de Los Ángeles Azules sucedió hace cuatro años, un sábado, en la sala de su casa, cuando empuñó una guitarra eléctrica y comenzó a tocar una vieja canción.

La idea fue de un DJ y Mejía hizo en la cumbia algunos arreglos. Le gustó porque tenía un toque fresco y diferente. Llamó a sus hijos y le dijeron que el invento se escuchaba raro, pero sonaba bien.

Después Los Ángeles Azules echaron a andar el experimiento de duetos ya conocido por todos: “Entrega de amor”, con Saúl Hernández; “Cómo te voy a olvidar”, con Kinky; “Las maravillas de la vida”, con Carla Morrison, y “El listón de tu pelo”, con Lila Downs.

“Entonces se hizo el milagro y las nuevas generaciones comenzaron a escuchar nuestra música”, dice Mejía, y se ríe como quien hizo una gran travesura.

Esas viejas gafas de pasta

Todos conocemos la vestimenta hipster: skinny jeans, camiseta vieja y encima una camisa a cuadros como de leñador. Y empotrados en el rostro de barbas a la Marx o bigotes tipo Dalí, unas gafas de pasta sin aumento, o los viejos Ray-Ban Wayfarers.

—¿Cuánto cuestan éstos? —pregunta un muchacho que, salvo unas botas de obrero, lleva toda la parafernalia hipster.

–900 pesos —le informa Jesús Castañeda, coleccionista de anteojos. En las manos tiene unos lentes polarizados Ray-Ban modelo Olimpia, como los que llevó Nicolas Cage en la película Corazón salvaje.

Castañeda emigró a Estados Unidos cuando tenía 20 años. Ahora tiene más de 40 y vende anteojos vintage en La Lagunilla. Hoy trajo sus cosas a una “Preloved Garage Sale by Curiosea”, en la calle de Colima, en la colonia Roma. Hay puestos que venden camisas con estampados de piñas y barquitos, juguetes y peluches ochenteros, bolsos de señora de los setenta y acetatos de Muddy Waters.

Castañeda comenzó a coleccionar gafas de sol en San Francisco y cuando regresó a México siguió haciéndolo para venderlas en el local que posee en el tianguis de La Lagunilla. Para tener las gafas y otros artículos vintage muy solicitados por la comunidad hípster, recorre barrios para comprar prendas de vestir y artículos usados que sus propietarios ya no quieren, y también visita casas en colonias tradicionales de la ciudad.

Y entonces, cuando alguien muere, sus baúles se rellenan de antiguallas.

“Para ser hipster se necesita mucho más que la vestimenta”, dice Castañeda. “Pero esta moda ha traído algo positivo: en México ha revivido con ella gran parte de la cultura popular.”

Juguetes y luchadores

Hace ocho años Bern Baños recibió una tarea en la escuela de diseño de la Universidad Iberoamericana: preparar un cartel. Incluyó algunos dibujos y figuras alusivas al agua y como ojos les puso botones. A sus compañeras les gustaron tanto que los vendió. De las ilustraciones dio el salto a elaborar los primeros juguetes de arte en México.

Baños fundó Toloache, bajo la filosofía de diseñar monos por capricho. “Hacemos lo que queremos, cuando nos da la gana. No somos rebeldes sino apasionados de los juguetes y el diseño”, dice este joven treintañero cuyas piezas han tenido muy buena recepción en Nueva York y París.

En la Ciudad de México ocupan las vitrinas de varias tiendas hipster de la Roma y la Condesa. Pero su socia Aída Luna dice que sus creaciones —monstruos de tela, gorilas amarillos y el Random book, un libro para imaginar, dibujar, jugar y escribir, ilustrado por Mr. Mitote— no entran precisamente en la onda de los jóvenes de los anteojos vintage y los bigotes retorcidos.

“Lo nuestro no es una moda como la hipstermanía. Cuidamos mucho lo que producimos y lanzamos juguetes de edición limitada al menos una vez por año”, dice Luna, también diseñadora. “Así como los niños atesoran figuras Lego, hay adultos que tienen megacolecciones de juguetes. Ésa es nuestra audiencia”.

Puede ser que prefieran gastarse 600 pesos en unas viejas gafas de pasta, pero a finales de noviembre, cuando Toloache presentó su nueva colección de juguetes urbanos, la galería Gurú de la Roma lucía atestada de hipsters que acariciaban con ternura a Weko, un conejo de peluche que quiere ser DJ.

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