Opinión

La profesora, el comerciante y el cartero Por Carlos Gallegos

  • Por editoralf

En el lejano 1905 fue tomada esta foto de la rumbosa boda de la enamorada pareja formada por Jacinta Martínez y José López Soto. 
María López Chacón la guardó para que usted la disfrute y se asombre: como ve, la novia vistió de negro, algo insólito, ecxepto que presintiera algo.
Si fue el caso, su latido fue fallido: hicieron huesos viejos juntos, de suerte que ella fue la primera profesora de la Colonia Terrazas y él dueño, gerente y contador del primer chimilco que hubo en esa ex hacienda terraceña perteneciente a  Meoqui y que en 1933 fue segregada para que, con otras porciones territoriales de Rosales y Saucillo se  formara el municipio de Delicias.
Les sentó tan bien el matrimonio que siempre andaban de buenas, ella dando clases en su casa,  pues el gobierno no quería gastar en una escuela y él, aprovechando que no tenía competencia y era muy amiguero, acaparó el mercado,llenó con monedas de oro macizo un marranito y se hizo de su parcela.
Nunca nadie lo acusó de venderle kilos de 800 gramos, ni a ella de tronar a ningún alumno que no lo mereciera.
En la otra gráfica,obsequio de los García Marín para usted, lo mira muy atentamente Moisés Marín Alfaro, primer cartero de Delicias.
La toma es de 1920, cuando estaba muy chamaco, no pase a creer que fue víctima de abuso laboral.
Ya crecidito consiguió chamba en el Servicio Postal Mexicano y con una balija de lona rasposa en la espalda recorría vericuetos, saltaba acequias, caminaba las millas de las anchas calles y avenidas y llevaba a casa las buenas y las malas nuevas, entregando las cartas que llegaban de lejanas latitudes.
Empezó rifándosela a pie, cuidándose de los perros mordelones y de los jinetes y carromatos que le pasaban rozando, luego le dieron una bicicleta balona y en ella volaba brincando charcos y toreando ventarrones, sudando calorones y entiesándose con los crudos candelillos.
Como no había eso que se llama nomenclatura, tenía que aprenderse de memoria dónde vivía cada quien para no errar de destinatario, con el agravante que muchos remitentes tenían muy mala letra y debía de traducir sus garabatos,tarea gratuita por la que no le pagaban tiempo extra.
Nunca nadie lo acusó de abrir ningún sobre y si acaso lo hizo no lo descubrieron,pues se ensalivaba muy bien los dedos.
Doña Chinta, don José, el joven Moisés, tres antepasados que con su modesta, con su valiosa aportación, escribieron nuestra historia.