Crónicas desde la franja de Gaza

17. GRAN JUANITA

  • Por Editor R
Juanita Cohen Smith

Juanita Cohen Smith

Su concentración

Su concentración

Mujer virtuosa

Mujer virtuosa

Dedos ágiles

Dedos ágiles

Al fondo

Al fondo

Escena cortazariana

Escena cortazariana

Otra vista

Otra vista

Dormido

Dormido

Se arrulla

Se arrulla

Un vinito gratis

Un vinito gratis

El contraste

El contraste

La donación

La donación

Afuera del hotel

Afuera del hotel

Al Pacino

Al Pacino

Al día siguiente

Al día siguiente

En Google

En Google

En concierto

En concierto

Otra foto

Otra foto

La era de oro

La era de oro

De joven

De joven

Discografía

Discografía

El anuncio

El anuncio

De 91 años

De 91 años

Jerusalém

Jerusalém

La Maga y Julio Cortázar

La Maga y Julio Cortázar

Emerson, Lake y Palmer

Emerson, Lake y Palmer

Por Osbaldo Salvador Ang.- Al arribar a Tel Aviv se suponía que me quedaría en el Dream Beach Hotel TLV, ubicado en 88 Hayarkon hotel Street 6342.

Sin embargo, el taxista judío que me trajo de Jerusalem, no dio con la dirección y me dejó en otro. Eran como las cinco y media de la mañana.

Antes me había dicho que debía regresar a Jerusalén y llevar a sus hijos a las siete horas a la escuela. Lo siento, le dije, pero respondió que no me preocupara, que así era su trabajo.

“El mío también”, respondí.

Era de estatura baja, narizón y cejudo, como los judíos que salen en las películas o que deambulan en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Ese día llovía, estaba nublado y se sentía un ambiente tenebroso.

En el camino, mientras conducía, el taxista dijo que amaba trabajar con los mexicanos. “No les importa nada”, señaló en inglés y soltó una carcajada que dolió hasta el alma.

Luego explicó, a guisa de ejemplo, que los japoneses, los ingleses, los alemanes y los italianos, dicen una hora y a esa hora esta están listos.

Su puntualidad es impresionante.

“Pero los mexicanos no; nada les preocupa”, expresa y vuelve a reír a carcajadas.

Yo me pregunto cuándo vino Corral a Tel Aviv que hasta acá resuena su fama. 

El Gobernador más huevón e ineficiente que haya tenido jamás Chihuahua en su historia, esparció su mala fama por el mundo.

Así que el taxista me dejó a la puerta de otro hotel: Maxim Design Hotel. Error que ahora agradezco porque eso me permitió conocer a Juanita.

Un hombre que estaba dormido sobre la silla despertó de golpe cuando toqué el vidrio de la puerta.

Vino y abrió y al preguntarle si era el Hotel Dream Beach respondió que no.

Como yo estaba cansado por el viaje y no había hecho reservación, no traía ganas de caminar con la maleta y le pregunté si tenía habitaciones libres.

En este momento, por la guerra,  hay una gran desocupación en los hoteles. Así que respondió afirmativamente.

Renté una habitación. Es pequeña pero con suficiente espacio. No usan calefacción y solo tienen splits con aire acondicionado. 

Así que duermo un rato, luego me doy un bañadón y salgo a recorrer la playa cuyo malecón, impresionante, está a media cuadra del hotel.

He ahí el Mar Mediterráneo, con sus intensas aguas azules, del cual habla profusamente Joan Manuel Serrat en una de sus canciones.

De repente sentí que me faltaba la cartera y regresé al hotel. Al oprimir el botón del elevador, escuché una potente voz que me dijo:

-Did you forget something.

Volteé y vi una mujer sonriendo que me miraba fijamente. Traía una maleta pequeña y se movía apoyada en un andador. 

Después supe que tenía más de noventa años.

“God bless you”, “I love you”, gritó al ver que yo no sabía cómo responder.

Y se tocó el corazón con la palma de la mano derecha.

Era Juanita Cohen Smith.

“I play the piano”, dijo y señaló el que estaba en la sala de la entrada del hotel.

Le dije que era mexicano y se aventó un pequeño rollo en español. 

Luego me invitó a escucharla tocar a las seis de la tarde, durante la llamada Hora Feliz, en donde colocan bocadillos y vinos para los huéspedes.

Nació en Manhattan, New York; su padre era de Etiopía y su madre, una cantante de soprano, era originaria de Israel.

Pero tenía, además, raíces cubanas, jamaiquinas y sirias. Dijo haber estado en México varias veces, durante algunas giras musicales.

Es también cantante de Jazz y Pop.

“No podemos planear nada, sino agradecer que estamos vivos”, expresó.

Luego indicó que su padre la había enseñado a controlar sus emociones con la mente. Habló del sufrimiento y de las dificultades de la vida.

Me comprometí a verla en la tarde y así fue. Pero no bajó a las seis sino ya cerca de las siete de la tarde. 

La mujer no tenía prisa. Comió algo y bebió un café y anduvo platicando con la escasa gente que estaba en ese momento en el hotel.

Pero cuando se sentó al piano (que ella misma regaló al hotel en memoria de su padre Leopoldo Ferdinand) el mundo cambió.

Ejecutó un solo de más de una hora ininterrumpida en un conciertazo que hubiera despertado la envidia de los verdaderos ángeles.

Juanita se sumergió en su música y entró en trance. Se elevó del piso con todo y su piano y, nosotros, simples mortales, apenas atinábamos a escuchar y mirar hacia arriba.

No era que su mano izquierda acompañara con las teclas de los bajos la melodía que tocaban los dedos de su mano derecha.

Más bien interpretaba dos melodías al mismo tiempo, una con la izquierda y otra con la derecha, totalmente distintas. 

Podía perfectamente partir el cerebro en dos para lograr esto. Era una sincronía perfecta como si dos satélites giraran cada uno en sentido contrario al otro.

Mientras la escuchaba, pensé que esa mujer debía ser el alma gemela de Louis Armstrong, el gran trompetista norteamericano.

Y me quedé paralizado cuando -después- al buscar a Juanita Cohen Smith o Cohen-Eilat, en las redes sociales, descubrí que en un concierto... ¡le había abierto a Louis Armstrong.

Teníamos ahí un gran personaje de una gran sencillez e impresionante humildad. 

Lo raro de todo esto es que apenas nos quedamos cuatro personas a escuchar el concierto de Juanita.

Un hombre viejo, vestido con pantalonera y unos tenis brillantes en color verde y naranja, se levantó rápidamente del comedor apoyado en un bastón y se fue a sentar justo enseguida de la pianista.

De inmediato se recostó sobre el respaldo del sillón y se quedó profundamente dormido. Luego empezó a roncar tan fuerte que casi se le reventaba la nariz.

Pero Juanita andaba en otro mundo.

Una mujer de pelo blanco se acercó a la sala y se sentó de espaldas a la pianista para escuchar sin ser vista.

Luego, un joven que caminaba afuera, por la banqueta, se paró y por la puerta de vidrio del hotel se quedó extasiado mirando a Juanita.

Al final no se pudo contener y se metió a la sala, se sentó en un sillón frente a la artista y se concentró profundamente en la música.

El cuarto elemento era yo, que como siempre, tomaba fotografías y videos del momento.

La escena parecía extraída de un cuento de Julio Cortázar. Un hombre roncando junto al piano, una mujer de espaldas, un joven desconocido y un periodista grabando.

Las fotos y los videos -adjuntos a esta publicación- no me dejarán mentir.

Solo espero no andar buscando por acá a La Maga o ir en busca de Benujistán.

Cuando Juanita terminó, se hizo un profundo silencio que yo rompí con mis aplausos.

Nada más yo agradecí el concierto. Solo uno. Pero cuando Juanita volteó a decirme gracias, parecía que estaba en New York, en el Madison Square Garde, frente a miles de personas.

Ni tardo ni perezoso, le hice una breve entrevista en inglés. Ella no entendía lo que yo le preguntaba y yo no entendía lo que ella contestaba. 

Así que todo salió perfecto.

También conoció a Frank Sinatra. 

Estudió música clásica pero en la adolescencia, cuando iba de la escuela a su casa, descubrió el Jazz y se enganchó de por vida en este genero musical.

En 1950 hizo acuerdo con Jimmie Butts, un músico de doble bajo, con el cual formó Jimmy Butts Dúo Featuring Juanita.

Recorrieron todo Estados Unidos y Canadá.

Juanita Cohen también hizo sus propios dúos, tríos y cuartetos.

Se presentó en escenarios de EU, Canadá, Puerto Rico, Cuba, Israel, Francia y México.

La mujer es toda una leyenda.

La memoria brinca luego a Louis Armstrong. Por supuesto, Wonderfull World satura el recuerdo. 

Cuando caminaba por las coloridas calles de Tel Aviv, semejantes a Beverly Hills, con cafés sobre las banquetas, negocios por doquier, gente caminando con sus perros, jóvenes en scooters y bicicletas, grandes camiones orugas moviendo gente y la algarabía urbana, me sentía como Louis. 

El éxtasis de vida que debió haber sentido para componer la letra y la música de esa gran y universal canción:

Veo cielos tan azules y nubes tan blancas/los días benditamente brillantes/las noches sagradamente oscuras/y me digo a mi mismo/¡qué mundo tan maravilloso!

Igual me sucedió en Jerusalem. Con este vocablo la memoria llama la gran canción del grupo inglés de rock progresivo Emerson, Lake y Palmer.

Su rola Jerusalem sugiere que Jesucristo pudo haber andado por suelo inglés. Se trata de una adaptación del poema de William Blake, titulado And Did Those feet in Ancient time.

Blake se inspiró a su vez en una leyenda inglesa que decía que Jesús había caminado por los verdes pastizales de Gran Bretaña.

Y que su país se convertiría en un lugar de paz y divina justicia, transformado en una nueva Jerusalem.

¿Y esos pies en la antigüedad?/¿caminar sobre las verdes montañas de Inglaterra?/y era el Santo Cordero de Dios/¿en los agradables pastos de Inglaterra vistos?/¿y el rostro era divino?/¿brillar sobre nuestras colinas nubladas?/¿y Jerusalem fue construída aquí?/¿entre estos oscuros molinos satánicos?/tráeme mi arco de oro ardiente/tráeme mis flechas de deseo/tráeme mi lanza, oh nubes se despliegan/tráeme mi carro de fuego/no dejaré de luchar mentalmente/ni mi espada dormirá en su mano/hasta que hayamos construído Jerusalem/en la tierra verde y agradable de Inglaterra.

Al día siguiente bajé a las seis para volver a escuchar a Juanita pero no había nadie frente al piano.

"Nunca se sabe; ella no avisa cuándo va a tocar; solo baja y se sienta en el piano", me dijo la encargada de la recepción en el hotel.

Claro, pensé, para eso es Juanita. 
Juanita Cohen Smith. Y punto.