Opinión

EL VUELO ETERNO DE LAS PALOMAS DE AMPARÁN.

  • Por editoralf
EL VUELO ETERNO DE LAS PALOMAS DE AMPARÁN.

Por Carlos Gallegos

Alfonso Guadalupe Amparán Aguilar, nuestro gran pintor del Parque Glendale.
Su arte pictórico está en tantas casas, en tantos negocios, en tantos y tan inimaginables espacios de Delicias, donde él lo dibujó, donde el lo regaló donándolo para la posteridad.
Es mi intención rescatar su figura y su legado artístico.  Es una obligación una obsesión que tengo como Cronista y deliciense, antes de que se pierda para siempre, sepultado en el polvo del olvido y la indiferencia, como se han perdido tantas huellas, tantos íconos de nuestro pasado.
Mi idea es escribir un libro que retrate al Amparán que se ocultó detrás del Amparán que todos vimos caminar y vagar por esas calles.
Desaliñado, errante, blanco cruel de estigmas y de burlas, perdido en su mundo, barbado, indefenso, sonriente a veces, rebelado a veces ante su destino infausto.
Será un libro que descubra al Amparán que se escondió en su timidez congénita, en la fachada que disimuló su genio artístico, su talento innato y cultivado en la Academia de San Carlos y en los miles de rostros y paisajes que replicó al lápiz y al carbón, a la tinta china y al crayón, a luz de su talento impar.
Un libro que revele su sensible flanco humano,sus virtudes y defectos, sus debilidades y fortalezas, sus glorias y sus penas, los mensajes y las claves, sus  mensajes y sus claves, sus vagancias y ocurrencias que, al estilo de Leonardo,sembró en su obra.
Al Alfonso de hablar culto, al pintor itinerante, al que se fue dos veces a pie hasta la CDMX para conocer a pie su país y conocer nuevos rostros que dibujar.
Al que exhausto y hambriento se acostaba un rato en una banca de la Plaza de Armas a soñar un rato arrullado por los cantos de los Chanates.
Al que el 20 de septiembre de 1985, un dia después del cismo que devastó  la ciudad de México, desmanteló su casa para siempre y la pintó de negro para siempre, en un increíble gesto de soludaridad con sus hermanos enlutados por aquel devastador cataclismo.
Al Alfonso  que lloraba ante los ojos tristes de los tarahumares que dibujaba, al que dibujó tantas palomas de la paz que a más de quince años de su muerte aún vuelan bajo el cielo de Delicias.