Opinión

Y que suene la vieja tambora

  • Por editoralf

Por Carlos Gallegos

Aún con los ecos de los balazos disparados durante la Guerra Cristera, riña entre hermanos que volvió a ensangrentar al país después de la Revolución Mexicana,cerca de donde nacería Delicias se respiraban aires más pacifistas,creativos y productivos.
Es el 29 de enero de 1933 y ante el avance del Canal Principal, que venía de Boquilla trayendo agua y hálitos de nueva vida a los parajes semi desérticos del sur del Estado, en Estación Concho hubo fiesta.
Desafiando el frío,un grupo de vecinos, engalanados para la ocasión, plantan el primer árbol que taería sombra al árido territorio.
En la foto, coleccionada por la familia Cano Blake,vemos a hombres, mujeres y niños bien elegantes, algunos señores hasta de abrigo, corbata y sombreros de postín, las damas de tacón alto y peinado fifí, niñas y niños igual de curros.
Tuvieron muy buena mano no obstante lo helado del terreno: el arbolito se replicaría por miles una vez que el tiempo reconoció y los torrentes de agua empezaron a bañar la tierra.
Los yermos campos se poblaron de álamos, pinabetes, lilas, membrillos a las orillas de las acequias,no pocos fresnos, sauces llorones besando el agua, tules nudosos y gigantes, altos carrizos casi rozando el cielo.
Conforme llegaba la corriente vivificadora,  llegaban también los esperanzados agricultores, y en la vieja estación y sus contornos empezaba a refulgir el verde esmeralda de los trigales, las cañas del maiz y las mazorcas, luego los albos agodonales, las plantaciones de vid, la dieta se enriquecía con los frijolares, las chivas y los borregos engordaban en los pastizales, los cerdos de los ranchos que iban surgiendo abrían los apetitos con su gruesa manteca, sus chicharrones tronadores, sus guisos y olores se esparcían en el ambiente.
Eso sería después.
Por lo pronto, ese nublado y congelado 29 de enero del 33, una vez que las raíces del arbolito pionero empezaron a  arraigarse en la tierra recién regada, los asistentes se cooperaron y fueron por la tambora más cercana, tal como se ve en la otra foto, y la pachanga al aire libre siguió toda la noche.
Ya con menos frío, pues seguramente no faltó el acomedido que encontrara por ahí una, dos, tres o más botellas de sotol silvestre,  el nuevo sol los alumbró bailando al ritmo de los los sones de moda.
Ya vendrían los días de trabajo intenso bajo el calor pegajoso, las borrascas que nublaban los horizontes, las heladas y nevadas que agrietaban la piel.
Ya vendrían los desengaños de los precios bajos, los estragos de las plagas, las sequías recurrentes, el coyoteaje, los cheques de hule.
Habría tiempo para todo, pero en tanto la vieja tambora siguiera sonando y el acomedido fuera por más pisto, el futuro y sus avatares bien podía esperar otro tantito.