Juárez

Disputa pareja en Juárez la patria potestad… ¡de un perro!

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- La justicia entre escombros y lo insólito; como defensora pública Fátima Edith Carmona Salazar ha enfrentado los rostros más oscuros del sistema; niñas asesinadas, madres cómplices de abusos sexuales, hombres destruidos por leyes mal aplicadas, y una justicia que llega cuando ya no queda nada; una abogada que no solo litiga, sino que llora, pero sigue luchando e impartiendo justicia


Ciudad Juárez.- En medio del desfile de aspirantes a jueces en Ciudad Juárez, el nombre de Fátima Edith Carmona Salazar no pasa desapercibido. Su temple, sus casos, su discurso y su manera de abordar el Derecho Familiar con un enfoque humano, pero también frontal, la han convertido en una figura que provoca admiración, controversia y reflexión profunda.

Madre, abogada y defensora pública, Carmona no solo ha trabajado durante años dentro del Poder Judicial del Estado de Chihuahua; ha cargado con algunos de los casos más insólitos y emocionalmente intensos que han llegado a los tribunales familiares. Y lo ha hecho con una mezcla inusual de elegancia, firmeza y sensibilidad.

En tres ocasiones distintas, Carmona ha sido protagonista en juicios donde la patria potestad no giraba en torno a niños, o bienes materiales, sino a mascotas, específicamente perros. 

Uno de estos casos traspasó los límites de lo concebible: un hombre denunció a su esposa al descubrirla teniendo relaciones sexuales con el perro familiar. El matrimonio terminó en divorcio y una dolorosa batalla legal por la custodia del animal.

Finalmente la mujer se queda con el animal al comprobar la legitimidad de la posesión por la compra que ella realizó.

“Aquí las cuestiones éticas y de valores sociales no tienen cabida; se basa en la ley simplemente”.

En otra ocasión, un juicio aparentemente trivial —la disputa por un perro adquirido años antes del matrimonio— escaló a una demanda de 185 páginas por parte de la esposa, mientras que el esposo solo quería recuperar a su mascota. 

“Ese perro era su compañero, su consuelo. Y ella lo usó como instrumento de daño y violencia familiar”, cuenta la abogada. 

Para Carmona, estos casos son mucho más que anécdotas escandalosas; son un reflejo de formas sofisticadas y crueles de violencia emocional. 

“Cuando ya no puedes ejercer control directo sobre tu expareja, usas lo que queda a tu alrededor para seguir haciendo daño. Y eso también es violencia”, afirma.

“No es ganar o perder”, explica Carmona, “es equilibrar”. Para ella, el perro dejó de ser un “bien” y se convirtió en un símbolo de poder, pertenencia y dolor.

La voz firme contra la violencia vicaria

Uno de los ejes más poderosos de Carmona es su combate frontal contra la violencia vicaria, esa en la que el agresor utiliza a los hijos o cualquier otro vínculo afectivo para dañar a su expareja. 

“Son crímenes silenciosos. No hay golpes visibles, pero hay niños secuestrados emocionalmente por sus propios padres para dañar. Me tocó defender a varias víctimas de eso.

Me impacta la falta de conciencia que aún existe sobre este tipo de violencia. No solo existe contra las mujeres, también los hombres la sufren, pero pocas veces se les cree”.

Durante la pandemia, Carmona notó un incremento marcado en los casos de hombres violentados física y emocionalmente, pero invisibilizados por el propio sistema. 

“A veces llegan a las instituciones llorando, derrotados, y lo primero que encuentran es incredulidad. Los tratan de ‘maricas’, les dicen ‘aguántese como hombre’. Pero la violencia no tiene género. La equidad empieza por escuchar”.

Estos casos no están en los noticieros. No hacen trending topic. Pero en cada expediente, Fátima ve la verdad: “La justicia en México se sostiene con alfileres, y las víctimas muchas veces se enfrentan solas a un sistema que no los quiere ver, no los escucha, y cuando lo hace… es tarde.”

Su historia con los casos que rompen el alma

Antes de especializarse en Derecho Familiar, Carmona comenzó su carrera en los juzgados penales. 

“No sé si llamarlo privilegio o carga”, dice con voz suave, recordando los casos de feminicidios en el Campo Algodonero.

“Me tocó vivir los extremos de la miseria humana”, dice. “Lo escabroso no esta en los expedientes, esta en las historias que nadie quiere ver.”

El caso de la niña Esmeralda, dice, fue el que le tocó el alma. “Lloré cuando leí su historia. Me quedé impactada por lo que fue después. Uno cree que al defender estás ayudando, pero a veces llegas tarde, cuando la violencia ya hizo su trabajo.

Pero uno de los casos que más la ha transformado ocurrió en plena pandemia. Se trataba de dos niños, víctimas de abuso sexual por parte del padre y su madre. grababan los actos sexuales de incesto y los vendían a redes internacionales de pornografía infantil. La mamá fue detenida y sentenciada. Pero ¿cómo se repara eso?”

Fue la última vez que lloré en un caso. Luché por ellos. Y aunque la justicia no borra el dolor, sí puede salvarles la vida.”

“Cuando en el juicio vi a esos niños, con sus uniformes escolares y la frente en alto… entendí que la justicia también puede curar un poco, aunque nunca del todo”.

Cambiar la forma en que se ejerce la justicia familiar

Fátima Carmona aspira hoy a ser jueza familiar. “No por vanidad, sino porque el sistema necesita empatía y eficiencia”, asegura. 

Conoce de primera mano la tramitología tediosa y el desgaste emocional que viven quienes acuden a buscar justicia. “A veces estás en tres o cuatro audiencias el mismo día, con personas que necesitan una respuesta pronta y humana”.

De llegar al tribunal, propone agilizar procedimientos, humanizar los juicios y construir criterios incluyentes para personas con discapacidad, mujeres violentadas y hombres que también viven violencia. 

“No se trata solo de aplicar la ley. Se trata de entender que cada expediente encierra una vida rota que está buscando una manera de recomponerse”.

Elegancia, fuerza y verdad

Carmona no levanta la voz, pero cada palabra suya golpea como martillo de juez. Su trayectoria, marcada por casos que exigen tanto inteligencia como compasión, la ha hecho una abogada respetada, pero también incómoda para quienes prefieren un derecho frío y deshumanizado.

“Mi trabajo no es complacer a nadie”, dice. “Es hacer justicia, aunque duela. Aunque escandalice. Aunque me sigan los perritos”.