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La vulnerabilidad del migrante guatemalteco y el muro mexicano

Chihuahua.- Después de la Nochebuena pasada, Juan, habitante de una aldea guatemalteca cercana de la frontera a Honduras, tomó la difícil decisión de separarse de su hija pequeña, su compañera y...
  • Por César Lozano

Chihuahua.- Después de la Nochebuena pasada, Juan, habitante de una aldea guatemalteca cercana de la frontera a Honduras, tomó la difícil decisión de separarse de su hija pequeña, su compañera y sus padres con tal de mandarles dinero suficiente para sobrevivir. 

Originario de la aldea de El Amatillo, del departamento de Jocotán, de 20 años, no fue a la escuela por falta de recursos y cuenta que a veces obtenía empleos temporales en la agricultura de maíz y frijol, trabajo que aparte de ser mal remunerado se termina en invierno, cuando la población tiene que sobrevivir con el poco alimento que levanta en sus parcelas propias.

 El 27 de diciembre partió junto con tres amigos buscando el sueño americano, conscientes del riesgo que representa atravesar México, cruzaron el río Suchíate y como la mayoría avanzaron en tren hasta Torreón, donde al bajar del tren en movimiento se enterró una filosa piedra en la planta del pie izquierdo, la cual atravesó la suela de su calzado.

Juan es tímido, como la mayoría de la población indígena que va en tránsito, nunca imaginó que la pequeña lesión provocada por la piedra, le relegara de sus compañeros quienes ahora se encuentran en la frontera de Sonora, mientras el reposa en la casa de migrantes San Agustín de la ciudad de Chihuahua, donde le brindaron atención para que no perdiera el pie, pues la infección le provocó tonalidades oscuras e inflamación que llegó casi hasta la pantorrilla.

Desde Guadalajara se tuvo que separar con sus compañeros que no se animaron a subirse el tren, que iba a velocidad considerable;  perdido kilómetros pasando Torreón, lo encontró su compañero Pedro, originario del departamento de Santa Bárbara, Juchitepeque , quien le acompañó hasta Chihuahua ayudándolo a caminar, prácticamente cargándolo pues Juan avanzaba brincando en una pierna.

¿Por qué migran?

Cada Quetzal, moneda de Guatemala, se es equivalente a un peso mexicano y comenta Pedro que por jornada de trabajo en el corte de caña o en la agricultura, reciben 40 quetzales, insuficientes tan sólo para una persona y aún más para las familias.

Tampoco fue a la escuela por la falta de planteles cerca de la comunidad y la necesidad de trabajar desde temprana edad, para comprar alimento.

A Juan le ofrecieron cruzar cargando una mochila con droga por brechas de Sonora pero, desistió por completo y espera que sane su pie para continuar su camino, tal vez por Sonora o Baja California y así poder enviar dinero a su familia.

En su aldea El Amatillo la gente no se divierte mucho, cuenta Juan, pues no tienen dinero, mientras Pedro narra nostálgico que ya casi nadie habla la lengua indígena y que la ropa tradicional del a casi no se usa porque es más barato vestir como mestizos... la migración también es cultural.

Nosotros pagamos el muro

Lo más preocupante de la situación es la política implementada por los Estados Unidos para enviar a Guatemala a migrantes de diferentes nacionalidades rechazados para recibir asilo político.

También Alejandro Solalinde, sacerdote jesuita quien fuera defensor en administraciones pasadas del derecho a la migración de los pueblos, ahora clama porque los migrantes se regresen a Guatemala.

La prueba más clara de que el muro de Trump no es físico, sino simbólico, cultural y humano efectivo, es la participación obligada de la Guardia Nacional mexicana para detener a los migrantes en la frontera sur y la donación de 100 millones de dólares de parte del gobierno mexicano al guatemalteco también es una clara señal de que el muro somos y lo pagamos nosotros, los mexicanos.

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