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El Parga y Mayorga, el dúo demoniaco

Chihuahua (Parte 22. Por Héctor Arriaga).- El abominable crimen cometido en contra de cuatro miembros de la familia del maíz ocurrió el 2 de junio de 1988, y durante un año...
  • Por José Oswaldo

Chihuahua (Parte 22. Por Héctor Arriaga).- El abominable crimen cometido en contra de cuatro miembros de la familia del maíz ocurrió el 2 de junio de 1988, y durante un año nueve meses la autoridad se avocó a encontrar, inventar, modificar, constatar y/o pervertir, a fin de presentar como “irrefutables”, toda una serie de “pruebas” en contra de Sergio Arturo Alba Rojo, y contra nadie más.

Fueron 21 larguísimos meses en que el detenido, en absoluta indefensión, fue acorralado por una autoridad implacable que una y otra vez acudía con pruebas y peritajes prefabricados que justificaran el accionar de todo el poder judicial de Chihuahua entonces, y hoy, fuertemente cuestionado.

Existía constancia documental de su confesión, que pese haber sido obtenida bajo tortura y sin asistencia legal establecía que Sergio había cometido el cuádruple delito sólo, utilizando un arma de su propiedad y con todas las agravantes.

Describió con lujo de detalles cómo ese día se drogó una y otra vez, que iba armado y molesto a cobrar una deuda, que al llegar a la casa de los maicitos exigió el pago de la deuda y al no recibirlo inició una carnicería dejando cadáveres en el patio, en la estancia y en una de las recámaras.

Dijo cómo ante la amenaza que ésta representaba por estar armada con unas tijeras había tratado de ahorcar a Juana Leticia y al no lograrlo la ultimó a tiros, que hizo lo mismo con el maíz y con el hijo que trató de defender a sus padres, y reconoció el asesinato de la otra hija de la pareja.

Confesó que al huir había arrojado la pistola en un lugar a fin de que no pudieran probarle el crimen y cómo minutos después regresó a la casa de sus amigos para fortalecer su coartada de que pasó ahí toda la noche. En una palabra la declaración que le extrajeron los “eficientes e intachables” policías estatales era el sueño idealizado de cualquier agente policial, porque no dejaba lugar a dudas sobre el móvil, la condición o la circunstancia en que el acusado se había sumergido en una vorágine de sangre.

Según sus captores se dio incluso el lujo de haber pedido perdón por las aberraciones realizadas y solicitado la aplicación de la justicia en su contra porque una vez dejado atrás su horrendo crimen, lo habían asaltado los remordimientos por lo que estaba dispuesto a pagar ante dios y ante los hombres lo que había hecho.

Empero, todo ello no había sido suficiente y ante las dudas del juez el Ministerio Público a cargo era exigido por sus comandantes para que aportara nuevos datos y cubriera las huellas que éstos habían dejado tras de si en el aberrante caso.

Pero ¿cómo lograrlo?, sobre todo si se trataba de que no trascendiera el turbulento fondo político y de encubrimiento que rodeaba el crimen?, pero encontraron la salida y no importaba que tenía que hacerse para despejar cualquier duda.

Hilvanaron así los expedientes por una parte de Alba Rojo sobre cuyo caso existían enormes dudas, y el de un criminal cuya fama era pública y legendaria debido a la autoría de delitos variados como robo y asalto a mano armada, agresiones y asesinatos, el temido Ramón Parga Palafox.

Pero se tardaron. Tuvieron que transcurrir casi dos años para que uno y otro fueran “puestos juntos” a delinquir.

Sergio Arturo Alba Rojo enfrentaba la causa penal 303/1988 ante el Juzgado Segundo Penal a cargo del Lic. Octavio Armando Rodríguez Gaytán. A Ramón Parga Palafox se le seguía la causa penal 493/88 ante el Juzgado Sexto Penal cuya titular era la Lic. Ana María López Solís.

El Parga había acumulado tantos delitos incluyendo varios asesinatos (y antes de morir habría de cometer otros más) por tanto agregarle a su ficha la muerte de los cuatro miembros de la familia del maicito no incrementaría no podría disminuir la condena que le esperaba, por lo que resultaba ideal para los fines que se perseguían.

Pero sobre todo, Parga Palafox actuaba bajo las órdenes del sub comandante de la Policía Judicial José Mayorga quien luego de explotarlo una y otra vez, de chantajearlo y usarlo como sicario, terminó siendo quien lo asesinara.

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